El expresidente chino Jiang Zemin, fallecido este miércoles, llegó al poder después de la represión de las protestas de Tiananmen en 1989 y durante su mandato proyectó a China en el escenario internacional.
Su ascenso a la cabeza del gigante asiático fue propulsado por el exlíder Deng Xiaoping, que eligió a este ingeniero eléctrico, amante de la música clásica y pianista aficionado como su sucesor.
Durante su mandato logró que su país se convirtiera en un peso pesado a nivel comercial, militar y político.
En China, la población disfrutaba burlándose pero sin malicia de este dirigente, conocido por su franqueza, su forma de andar y sus abundantes expresiones faciales.
En el poder, aparentemente no cambió su personalidad ni su estilo de trabajo, y siguió siempre luciendo unos lentes un poco anticuados que, sin embargo, dieron la vuelta al mundo.
Cuando asumió en 1989 fue considerado un dirigente de transición por los expertos, pero este antiguo líder del Partido Comunista de Shanghái sorprendió a todos permaneciendo 13 años al mando de la formación (1989-2002) y diez como jefe de Estado (1993-2003), sin labrarse enemigos ni competidores.
Padre de dos hijos, derrochó espontaneidad a veces bailando el vals o entonando canciones en sus giras al extranjero. Pero, más importante, se consolidó como el símbolo del éxito de su país en el concierto internacional, tanto en el plano económico como en las esferas diplomáticas.
Cortar de raíz
Jiang Zemin formó parte de «la tercera generación» de dirigentes de la República Popular, después del fundador Mao Zedong y del reformista Deng Xiaoping.
Deng lo convocó al poder en junio de 1989, impresionado por la forma en la que Zemin puso fin de una forma pacífica a las manifestaciones en Shanghái, en contraste con el derrame de sangre de la represión en Pekín.
Fue bajo su mandato que China pasó de ser un Estado paria en los años que siguieron a la represión de Tiananmen, a entrar en 2001 en la Organización Mundial de Comercio (OMC), obteniendo en el mismo año la sede de los Juegos Olímpico de 2008.
Además, en este periodo la población registró un alza histórica del nivel de vida.
Con Jiang en el poder, la apertura de China se aceleró y las reformas económicas se fueron profundizando, siempre con el Partido Comunista al timón.
Marcado por las manifestaciones de 1989, e ex dirigente chino evitó cualquier relajamiento de la política y en 1998 prometió cortar de raíz «cualquier factor de desestabilización».
Los medios siguieron bajo una estricta supeditación al partido en el poder y los disidentes sufrieron duras penas de prisión, mientras que los más afortunados lograron, tras la cárcel, ser enviados al exilio.