Desde hace varias décadas, hemos ido haciendo la transición a usar el dinero a través de instrumentos de pago (tarjetas, transferencias, billeteras digitales, cheques electrónicos, etc.). Pero esto ha ocurrido despacio, nunca a la velocidad en que todo migra hoy al mundo digital. Y es así, por dos razones principales. Hoy hablaremos de la primera.
El proceso de emitir y usar el dinero es muy complejo, aunque a simple vista parezca sencillo. Pongo un ejemplo: en la caja del supermercado estás pagando con tu tarjeta bancaria, sea de débito o crédito. La acercas o insertas en el veriphone o punto de venta, y en la pantallita saldrá un mensaje de aprobado o declinado. Si es lo primero, se imprime un comprobante, lo firmas de ser requerido, y te vas con tu compra.
Pero, ¿qué sucede realmente detrás de esta operación? ¿Cómo es que puedes saldar una deuda con un pedazo de plástico? ¿Dónde está el dinero? Una respuesta corta podría ser: hay varios sistemas que interoperan, el de la red de puntos de venta, el del banco emisor de la tarjeta, el de la marca de la tarjeta y el del supermercado. Esos cuatro sistemas, en segundos, deben verificar si la tarjeta es válida, si tiene balance o crédito disponible, hacer el cargo correspondiente al cliente y dejar constancia de esa transacción.
La operación se guarda para, al final del día, enviar al Banco Central todas las operaciones para ser liquidadas, que no es más que poner en la cuenta del banco que usa el supermercado, el importe de tu compra y restarlo a la vez de la cuenta de tu banco. Inmediatamente el banco del supermercado reciba el dinero en su cuenta del Banco Central, lo pondrá, en sus sistemas, en la cuenta del supermercado. Y esto ocurre todos los días, sin fallar, para todas las transacciones que se realizan en el país con tarjetas bancarias.
Este proceso lleva muchos años siendo perfeccionado y funciona de modo transparente para el cliente. Y tanto éste como los comercios, confían en que el dinero llegará a su destino en la forma en que fue pactada la operación.