Internacionales
Cuba vive un nuevo éxodo migratorio
“Ay, mi hijo, esto es un drama, todo el que puede se va”, suelta una señora que espera su turno frente al Consulado de México en La Habana para solicitar un visado. Igual que todos los días laborables, un bulto de personas hace cola aquí luego de haber pedido cita hace meses a través de la página web de la sede diplomática. En la pantalla de su móvil, un joven mira un vídeo de compatriotas suyos cruzando a nado el río Bravo al ritmo del reguetón El campeón, de moda en la isla. Dice que uno de los autores de la canción, llamado el Kimiko, acaba de llegar a Estados Unidos por la frontera mexicana. “Ya él se bautizó”, comenta en la cola, cuando un funcionario llama al próximo por su nombre.
Como es prácticamente imposible conseguir cita en el Consulado para una fecha cercana, algunos pagan cientos de dólares a no saben quién para que les adelanten la entrevista, sin garantía alguna de obtener el permiso de entrada. La “gestión”, fruto del desespero, se la han inventado unos espabilados y habitualmente acaba en timo. De eso habla azorada esta buena mujer mientras espera, confesando que si el viaje de turismo se le da no piensa regresar: “Mis dos hijos se fueron hace un año con sus mujeres por Centroamérica. Ya están en Miami, donde acaba de nacer mi primer nieto. Mi madre y mi hermana salieron después del Periodo Especial, así que me he quedado sola”.
Miles, decenas de miles de personas como los familiares de esta señora, se han marchado del país en los últimos tiempos por diferentes vías. Pero ahora es distinto. Lo que se está viviendo es una verdadera estampida, se van los jóvenes, familias enteras, algunos hasta han vendido la casa para costearse el viaje, es el comentario en la calle. Las autoridades aseguran que son muchos más los que se quedan y que EE UU manipula el asunto para dar una imagen de que en Cuba no se puede vivir. Pero el goteo no cesa.
“La actual crisis migratoria cubana —a la que no sé por qué no se le ha calificado como tal— me produce una enorme tristeza, porque es como una ola que crece y, por lo que percibo, seguirá creciendo, nos seguirá empobreciendo”, afirma el escritor cubano Leonardo Padura, autor de Como polvo en el viento, la gran novela del exilio posterior a la revolución, quien en estos momentos presenta el libro en España.
Los datos del Departamento de Aduanas y Protección de Fronteras de EE UU son elocuentes. En siete meses, desde octubre de 2021 hasta abril de este año, cerca de 115.000 cubanos entraron a territorio norteamericano de forma irregular por la frontera mexicana, tres veces más que durante el pasado año fiscal (entre el 1 de octubre de 2020 y el 30 de septiembre de 2021, cuando 38.500 cubanos llegaron a EEUU por la misma vía).
Los viajes se han incrementado exponencialmente desde que Nicaragua anunció en noviembre que los ciudadanos cubanos en lo adelante no necesitarían visado para entrar al país centroamericano. Miles de personas han salido desde entonces de la isla rumbo a Managua, primera escala de un viaje que implica caer en manos de coyotes y polleros, cruzar fronteras y pagar sobornos a los funcionarios corruptos hasta llegar a los estados del norte de México, una aventura riesgosa que puede costar a los emigrantes entre 8.000 y 10.000 dólares para alcanzar su destino.
En diciembre, 7.983 cubanos entraron a EE UU por la frontera sur. En enero fueron 9.700, casi el doble en febrero, 32.000 el pasado mes de marzo y un récord de 35.000 en abril, la misma cantidad de personas que abandonaron la isla durante la crisis de las balsas de 1994.
“Es un Mariel silencioso. Estamos hablando de que en los últimos meses entraron por México casi la misma cantidad de emigrantes que durante todo el éxodo de 1980, cuando se fueron 125.000 personas. Y la tendencia va a seguir”, destaca un sociólogo cubano, que indica que en esta estadística no entran los que emigraron a otros países, por ejemplo a España, o los que tratan de irse por mar pese al riesgo de ser deportados por los guardacostas norteamericanos —cerca de 1.000 balseros fueron interceptados en los últimos cuatro meses, más que en todo el año fiscal anterior.
Según las autoridades cubanas, desde enero hasta la fecha han sido repatriados a la isla más de 1.300 cubanos desde México, EE UU y Bahamas, cuando en todo 2021 las deportaciones fueron 1.500. México hasta ha tenido que habilitar un vuelo semanal (y a veces dos) para devolver a los emigrantes ilegales.
Las causas del actual éxodo son diversas, aunque quizás la principal sea el deterioro galopante de las condiciones de vida y el calvario en que se ha convertido la sobrevivencia en Cuba debido a la agudísima crisis que el país atraviesa, agravada por la pandemia, la inflación derivada del llamado “ordenamiento monetario”, la ineficiencia del sistema productivo estatal y la lentitud de las reformas económicas. Desde luego, también pesa, y mucho, el recrudecimiento del embargo norteamericano, que La Habana considera la principal causa de sus males. Una tormenta perfecta que ha puesto al país ante una crisis migratoria de consecuencias inciertas.
“Más que todo hay un desánimo general, una falta de esperanza absoluta en que la situación vaya a mejorar”, dice otro chico que hace cola para comprar un pasaje en la oficina de la aerolínea Copa, que vuela a Centroamérica. “La gente ya no da más”, afirma, “los jóvenes no tienen aliciente para quedarse, y se van los mejores, los universitarios, los más preparados, y hasta personas con buena posición…”. Lo confirma un diplomático europeo, que cuenta que en su embajada acaban de irse a EE UU dos empleados que tenían una remuneración de cerca de 1.000 dólares mensuales, muy superior a cualquier salario en la isla: “Cuando les pregunté por qué se marchaban, uno me contestó: ‘vida solo hay una”.
El Gobierno cubano ha admitido en la prensa “el incremento sostenido de la emigración irregular” y también de las repatriaciones. Pero responsabiliza a Washington de estimular este flujo por mantener vigentes leyes como la de Ajuste Cubano, que concede beneficios a los emigrantes de la isla y hace prácticamente imposible su deportación, y también por incumplir los acuerdos migratorios firmados entre ambos países. Estos establecen que EE UU debe conceder un mínimo de 20.000 visados de emigrante al año, algo que no ocurre desde que la administración Trump desmanteló su consulado en La Habana por unos supuestos “ataques sónicos” contra sus funcionarios, que nunca han sido demostrados.
En un reciente encuentro de alto nivel de ambos países para tratar temas migratorios —el primero de la era Biden—, Cuba culpó a Washington de tener una política “incoherente”, que por un lado exacerba las dificultades del país mediante el embargo y por otro impide la migración ordenada. La Habana asegura que, además, Washington ha presionado a países como Costa Rica o Panamá, que ahora exigen visado de tránsito a los cubanos que pretenden viajar a Nicaragua, una medida que ha provocado escenas de caos e inmensas colas ante estas embajadas en la capital cubana.
Por una razón o por otra, o más bien por todas juntas, cuando las cosas se ponen apretadas en Cuba largarse siempre ha sido una válvula de escape. Y ahora están muy apretadas. Ante la sangría, que no tiene visos de solución, destacados académicos, intelectuales y creadores como el propio Padura han mostrado su preocupación por algo que consideran un drama que hipoteca el futuro de la nación. El tema se debate prácticamente a diario en las redes, y cada vez se pide en voz más alta al Gobierno que introduzca con urgencia los cambios que el país necesita (y no solo económicos), para dar esperanzas a la gente.
Padura —que nunca ha querido irse de su país— tiene un observatorio privilegiado en el humilde barrio habanero de Mantilla. El escritor (premio Princesa de Asturias de las Letras 2015) vive cerca de una tienda en la que a diario se forman tremendas colas para conseguir los más modestos productos de primera necesidad, como salchichas o detergente. “Veo cada mediodía y cada noche que puedo los noticieros de la televisión cubana y escucho hablar de un país. Pero salgo a las calles de mi barrio, o de cualquier barrio de La Habana, y veo y me hablan de un país diferente, como paralelo. Ese país de la calle es un país agobiado, al borde de la desesperación por la falta de casi todo”, señala.
Dice que ha visto personas pasar toda la noche frente a un establecimiento para comprar lo que sea que a la mañana siguiente vayan a vender. “Oigo a casi todo el mundo quejarse de que el dinero no le alcanza ni para empezar”, así que, opina el escritor, “a nadie debería extrañarle entonces que haya tanta gente, de cualquier edad y condición buscando la forma de irse de ese país real, de largarse hacia cualquier parte, por cualquier vía”.
Marcharse, observa, se ha convertido en “la única opción para muchos y quizás en la válvula de escape para la presión social. Y entiendo perfectamente que las personas tomen esa decisión, porque el discurso de los noticieros no los alivia de sus problemas y porque vida, ya se sabe, hay una sola”. Lo mismo que le dijeron al embajador.
Como Padura, el cineasta Fernando Pérez, autor de películas de culto como Suite Habana o La vida es silbar, ve en la crisis y en ese divorcio entre la calle y el mundo oficial la causa de muchos males. “No soy economista, pero nos hemos demorado tanto tiempo en tomar algunas decisiones, que ahora es el peor momento y no dan respuesta. El discurso oficial va por un lado y la realidad por otro. Eso es muy dañino. La gente necesita respuestas, necesita diálogo. ¿Cómo mantener un diálogo? ¿A nivel de oposición? Yo no quiero ser opositor, pero ¿cómo voy a seguirte, si lo que me dices no tiene que ver con mi realidad?”, dijo en una reciente entrevista al medio digital Oncuba.
Pérez (La Habana, 1944) es de otra generación, pero se pone en la piel de aquellos nacidos después de la crisis de los años noventa, que son los que principalmente se están yendo ahora. Piensa que Cuba necesita no sólo cambios económicos, sino también políticos, si quiere ofrecerse un futuro a la juventud. “Cada vez hay más jóvenes que se van porque no encuentran el espacio para expresarse y desarrollarse. Eso es de lo peor que nos puede pasar como país. Siento que los jóvenes están todo el tiempo frente a lo que les permitan hacer y no frente a lo que necesitan o desean hacer desde sus propias ideas, que muchas veces son distintas de las nuestras”, opina.
A mucha gente con cierto grado de compromiso con el sistema le duele y preocupa lo mismo que a Pérez, que “el tiempo corra y la fractura se vaya haciendo más grande”. “El cambio va a venir de los jóvenes; no va a venir por los ‘canales establecidos’. Se van a equivocar más o menos, pero el cambio es natural y va a venir de ellos”, asegura el cineasta.
En medio de este debate, generó una verdadera polvareda en el mundo académico e intelectual la reciente salida hacia EE UU del destacado jurista cubano Julio Antonio Fernández Estrada, ex profesor de la Universidad de La Habana, institución que años antes lo había marginado y prácticamente expulsado por sus posiciones críticas –pero desde planteamientos de izquierda-. Incluso una personalidad como Raúl Roa Kouri, que fuera embajador cubano en Naciones Unidas durante 15 años, comentó en Facebook: “Es una vergüenza que Julio se haya visto obligado a abandonar la patria. Un martiano, patriota y socialista verdadero…”. En la cola del consulado mexicano nadie conocía su nombre. La gente estaba en otra cosa. Esperando su turno.