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A 22 años de la muerte de Antonio Guzmán
En el difícil periodo de la transición de mando de 1978, cuando fuerzas civiles y militares aferradas al perdedor Partido Reformista pretendían irrespetar la decisión ciudadana expresada en las urnas, Antonio Guzmán Fernández fue visitado en la residencia de su hermano Silvestre por Vicente Sánchez Baret, con ruegos de que se ocultara, porque los incontrolables iban a atacar la casa.
El candidato ganador salió sólo por complacer a los suyos, con la convicción de que no se materializarían las amenazas. No se preocupen, que no va a pasar nada. Yo tomo posesión el dieciséis de agosto. Soy el Presidente electo, advirtió bajo el estruendo de los vuelos rasantes de los aviones y las intimidantes carreras de las yipetas con pasajeros de armas largas.
Haber vencido el sombrío panorama de esos meses fue tal vez la única experiencia grata del recordado mandatario cuya muerte trágica se conmemoró este sábado. Porque a excepción de los logros de su administración, la traición, el acoso, las falsías y zancadillas de prominentes dirigentes de su propio partido, alteraron para siempre su temperamento festivo, más no doblegaron su fiero espíritu, según sus parientes.
Para sus hermanos, el gobierno de don Antonio fue lo mejor, después de Trujillo. El triunfo de Jorge Blanco se debe a la buena gestión que hizo Antonio, sin embargo, Salvador no se portó bien con él ni con la familia. Había mucha rivalidad, Salvador veía que Antonio tenía más simpatías dentro del Partido y desarrolló unos celos tremendos, expresa el doctor José Leonor (Nonón) Guzmán Fernández, el más pequeño de los once hijos de Silvestre Guzmán Pérez y Jimena Fernández Castro.
Siempre, agregan, pensaron que él iba a fracasar, Bosch no pudo concluir su mandato, a pesar de su capacidad y su preparación, Antonio no era arrogante, tenía un gran sentido práctico, oía los consejos y sabía analizar lo que escuchaba. No daba una respuesta que no pensara y era sumamente discreto.
Los comentarios surgen al referirles que previo a su ascensión al poder, algunos enrostraban su extracción campesina y su incultura. Ellos replican: Tenía un alto sentido de la administración, sabía mandar, dirigir, estuvo desde los diecisiete años dirigiendo una oficina, nunca fue subalterno, siempre fue exitoso.
La honestidad y el orden que quiso imponer desde sus inicios, tuvieron, declaran, amagos de ser entorpecidas cuando descubrió un acto de corrupción en el Instituto del Algodón, apenas tres meses después de estar en el Palacio. Metió preso a un compadre, por el hecho, aseveran, y en cuanto a la disciplina, los hermanos manifiestan que debió imponerse a las ambiciones e informalidad de correligionarios.
Gobernó con su Partido en contra, por eso decía siempre: Mi Gobierno. Cuando asumió le cayeron arriba todos los dirigentes, buscando su empleo, querían dirigirlo y él no aceptaba imposiciones. Formó uno de los mejores gabinetes de la historia: más del cincuenta por ciento no eran perredeistas. El mismo Peña Gómez dijo que no pisaba más el Palacio. Lo que pasaba era que entraba como Pedro por su casa y Antonio llamó un día a Pimentel, el militar del antedespacho, y le preguntó: ¿Quién dejó entrar a Peña? Cuando vuelva, tú lo anuncias. El secretario general del PRD, agregan, se molestó por esta medida, reaccionando: ¡Aquí no vuelvo yo! Y se fue a decir varias cosas por Tribuna Democrática.
Para el doctor Guzmán, este gabinete desfavorable al Partido, al que se le criticaba el exceso de funcionarios procedentes de Santiago y de profesionales de la Madre y Maestra, no era expresión de deslealtad a la agrupación. No. Él quería rodearse de gente buena, capacitada. La muerte de Héctor Incháustegui fue para él lo más horrendo que le pudo pasar a su gobierno, confiesa. Aclara, empero, que el Presidente recibía gustoso la lista de aspirantes a cargos, pero los depuraba y colocaba según su capacidad.
Lo que es la política…
Son cuatro hermanos, tan sencillos y afectuosos como el Presidente antes de que sufriera la tremenda depresión que lo llevó al suicidio. El doctor Salomón Jorge, que fue su médico y amigo, confesó a Nonón en el novenario que si para la fecha él hubiese estado en el país, Antonio aun estaría vivo. Silvestre tiene setenta y nueve años, Antonia ochenta y dos, Josefina Jimena (Finetta) setenta y ocho, y el benjamín, con setenta y siete, es el doctor. El mayor orgullo de los cuatro sobrevivientes es basar el éxito de su pariente como gobernante en que no permitió que ninguno desempeñara cargos públicos ni se hiciera ilícitamente de dinero. Finetta era empleada del Banco Central desde 1969 y la función de director de la Cruz Roja que desempeñó Nonón, era apolítica, aislada de toda intervención gubernamental. La prueba es que ya tú ves, nadie nos conoce. Nunca le llamaron Presidente, afirman, pues él se hubiera asombrado. ¿Presidente? No, Antonio, significan.
Don Antonio fue un padre para todos tras el deceso del progenitor. A Nonón le cubrió los estudios y con Silvestre siguió una relación de confidente. En sus viajes a Santo Domingo se alojaba en sus viviendas de Los Prados y la Benito Monción junto a Sonia y doña Renee.
Los recuerdos de la infancia del hermano son escasos para los cuatro por la diferencia de edad y porque don Antonio se independizó siendo adolescente pues al cumplir los quince años el papá le dijo que no tenía que mantener hombres. Sólo estudió hasta tercero de La Normal y se empleó en Font Gamundi y en La Curacao, viajando como gerente por casi todos los pueblos del país, donde conquistaba el corazón de las chicas locales. Era muy enamorado y bien parecido, relatan. El donjuanismo desapareció cuando casó con doña Renee en 1939. Ya poseía varias fincas y mantenía relaciones comerciales con Nadal Andreu y estaba asociado con Manuel Aldabín, español procedente de Cuba.
Los caballos siempre fueron su afición y así es la lejana evocación de Nonón que lo siente llegar como erguido jinete por el ancho patio de la casona de la entonces calle Presidente Vásquez, hoy Juancito Rodríguez, donde vivió don Antonio hasta los dieciséis años. Tenía dos amigos políticos entonces, Juan Bosch y Mario Sánchez Guzmán, su primo. A él y a su familia no les gustaba esta actividad. Entró a ello por compromisos con su partido, aseguran. Quien introdujo a Juan Bosch en el Cibao, cuando llegó del exilio, fue Antonio. Después, el amigo aceptaría, a regañadientes, el cargo de ministro de Agricultura. Tendría actuaciones públicas preponderantes en 1965 y 1974. Terminó siendo Presidente de la República desde el 16 de agosto de 1978 hasta el cuatro de julio de 1982, cuando se encerró en el baño presidencial para quitarse la vida de un disparo.
El apasionado futbolista fanático de las Águilas, amado y admirado por los campesinos, lucía profundamente triste, pero nadie presentía sus funestos planes. Días antes, Nonón lo encontró solo, un sábado en la mañana, y le preguntó qué hacía un Presidente sin compañía. Para que tú veas lo que es la política. Ve donde Jorge Blanco y encontrarás eso lleno, le contestó.
Nonón le comentó la ocurrencia de El Granadazo en la Junta Central Electoral y le consultó si el Gobierno había declarado al respecto. Sacó su fólder y me dijo: mira lo que tengo aquí. Aquí está todo descrito. El hermano lo conminó a publicarlo y el Presidente ripostó:
-¿Qué tú quieres? ¿Qué yo le destruya el futuro político a un compañero?-. Tras hacer el relato, comenta el reputado urólogo: Y ese compañero fue el que más lo atacó después.
Salvador, añade, siempre lo tuvo al menos, el Congreso estaba en manos de Salvador y eso le trajo problemas. El mismo Hatuey, Hatuey era el presidente de los Diputados. En una palabra: mi hermano gobernó sin partido.
Hija mayor
Lilliam Antonia Guzmán Gómez, la hija mayor del ex presidente Antonio Guzmán Fernández no puede contener el prolongado llanto que le produce recordar la trágica madrugada en que encontró a su padre muerto en la cama de un hospital de Santo Domingo. ¡Fue tan grande! Mi papá era mi ídolo, yo lo adoraba… Trataba siempre de no mortificarlo, exclama entre sollozos incesantes que consuela su tierno esposo, don Cirilo Casanova quien, además de yerno, fue colaborador cercano y administrador de una de las fincas del gobernante.
A la una menos quince minutos de la madrugada del cuatro de julio de 1982 el doctor Frank Joseph Thomén llamó por teléfono a la casa de los Casanova-Guzmán para avisar que iba a recogerlos. Dile a Lilliam que se prepare, que hay un avión esperándola en el aeropuerto para llevarla a Santo Domingo, que don Antonio tuvo un accidente, anunció el reconocido médico santiagués.
Es el momento más impresionante de una tierna entrevista que desde sus inicios estuvo matizada por rasgos de amor y de cariño que profesaron el gobernante y sus hermanos a esta niña producto de su amor por Dolores Gómez, de Moca. Pero desde los ocho meses de nacida la pequeña fue llevada a la casa de doña Jimena, la abuela paterna, en La Vega. La querían y mimaban todos, pero Antonia era como especie de madre sustituta que se desvelaba por atenderla.
Papá era el mayor, y cuando abuelo murió se hizo cargo de todos. Ahí fue cuando nacieron los instintos paternales aconsejados para decirse que fue un patriarca. Desde muy temprano se independizó y comenzó a trabajar, explica don Cirilo. Cuando visitaba la casa iba cargado de dulces y juguetes para Lilliam, que se abrazaba a sus piernas intentado impedir que se marchara.
Doña Jimena y sus otros diez hijos: Lorenza (Lacha), Mercedes Antonia, Enrique, Altagracia, María, Antonia, Finetta, Silvestre, César y Nonón suplían la ausencia de don Silvestre Antonio. Lilliam se trasladaba con ellos en todas sus mudanzas. Vivió en la Capital y en pueblos a donde iba la abnegada viuda hasta que a la niña le llegó la edad de los estudios. Fue alumna de los colegios Serafín de Asís y del Inmaculada Concepción, de La Vega, donde estuvo un tiempo internada. Se graduó de secretaria ejecutiva.
En 1950 conoció al joven con quien casaría siete años más tarde en una boda que preocupaba a las tías pues la hija mimada no había aprendido a realizar ningún quehacer del hogar: no la dejaban hacer nada para que no se quemara las manos o evitando que ensuciara su vestido.
Don Antonio Guzmán fue el padrino y doña Jimena la madrina de las nupcias celebradas en la parroquia San Antonio, de Gascue. Años después del enlace, Lilliam trabajaría como encargada de cobros de una compañía de productos médicos y como ayudante del secretario administrativo de la Cancillería. Don Cirilo comenzó a trabajar junto a don Antonio el veintinueve de marzo de 1965, luego de varios años como empleado de la Reforma Agraria.
El éxito de don Antonio como empresario se debía a que si cogía cinco centavos prestados los pagaba. Era muy emprendedor engrandeciendo su finca. Le encantaba el ganado, era su predilección. Y creo que triunfó en todo: arroz, ganado, café, significa don Cirilo. Las propiedades del ex gobernante estaban ubicadas en Cotuí, Bohío Viejo, Guayubín, Jamao, Bobita, Río San Juan y varios sitios de la Línea Noroeste, que encontró siendo montes y abrió caminos a fuerza de machetazos.
Lilliam recuerda la vida familiar, privada, pública de don Antonio, desde pocos años después de su nacimiento en La Vega el quince de febrero de 1935. Además de Rafael Metz Rodríguez, cuenta, era íntimo de Mario Sánchez Guzmán y Juan Bosch. Mario era el político. Cuando Bosch regresó del exilio preguntó por Mario pero ya había muerto, y buscó a papá, comenta la dama. Don Cirilo era vecino de Guzmán en la calle Doctor Báez, de Gascue.
Refieren las posiciones públicas del fenecido mandatario desde que fue secretario de Agricultura en el gobierno de Bosch, cuando se refugiaba en el hotel Jaragua para retornar a Santiago los fines de semana, pues en la Capital hacía mucho calor. Los esposos, al igual que los hermanos del ex presidente ponen de relieve la honestidad característica de don Antonio. Silvestre recuerda que tenía negocios de camiones y que uno de los choferes, Clemente Morel, le daba a guardar dinero hasta que en una ocasión llegó a acumularle veinte mil pesos, en aquel tiempo. Con su función en Agricultura se inició la vida pública de don Antonio. A los doctores Salomón Jorge y Aníbal Campagna, narran, se añadieron otros dos selectos amigos: José Delio Guzmán y Secundino Gil Morales.
En 1965, en la revolución de abril, se negó a aceptar la presidencia con las condiciones que imponían los americanos: que debía expulsar a todos los supuestos comunistas, señala don Cirilo. Entonces se escogió a Héctor García Godoy.
Odiaba la traición
Tras el retiro del Acuerdo de Santiago, por el que fue candidato a la presidencia de la República en 1974, don Antonio ganó las elecciones nacionales de 1978, venciendo a su opositor, Joaquín Balaguer, que había gobernando durante doce años. La familia no quería, eso traía consecuencias negativas, lo que papá más odiaba era la traición, y fíjate…, comunica doña Lilliam.
En la transición, relata, estábamos juntos donde Silvestre viendo el conteo, él se recostó y como a la una de la madrugada se presentó Sánchez Baret a decirnos que saliéramos y nos escondiéramos. Fue un sufrir muy grande, un momento de mucha angustia, pero él nos calmó: No se preocupen, que aquí no va a pasar nada.
Nada cambió el temperamento sencillo de don Antonio, aseguran. Sus amigos, dicen, recibieron el trato de siempre. Ellos tampoco variaron su manera de ser. Así como nadie nos conoce hoy, fuimos en esos cuatro años. Yo decía: esto es prestado, comenta Lilliam. No se benefició del poder pese al especial parentesco, afirma. De la Cancillería fue trasladada a Santiago como encargada de Pasaportes, para que el esposo se dedicara de lleno a una de las fincas, ubicada en el Cibao.
Fuente: Periodico Hoy
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