Connect with us

Internacionales

La OTAN cumple 75 años: para qué sirve, qué ha logrado y qué retos tiene por delante

Un militar de Letonia sostiene la bandera de la OTAN, el pasado 28 de marzo en Riga, durante los festejos por los 20 años de la incorporación del país a la Alianza.© TOMS KALNINS / EPA / EFE

Imaginen el momento: plena postguerra de la Segunda Guerra Mundial, Europa puesta en pie pero caminando lentamente con muletas, las tropas de Estados Unidos y Canadá volviendo a casa, la Unión Soviética expandiéndose sobre países satélite, las Naciones Unidas recién paridas sin capacidad para mantener la paz en el mundo…

La Alianza que comenzó con 12 miembros tiene ahora 32 tras las ampliaciones a los países del Antiguo Telón de Acero, Finlandia y Suecia

Europa occidental y sus aliados de Norteamérica decidieron entonces, hace hoy 75 años, que había que actuar si querían estar protegidos, sobre todo frente a Moscú, y así fue como el 4 de abril de 1949 se firmó el Tratado de Washington, que establecía la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Diez países de ambos lados del océano (Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y Reino Unido) se comprometieron a defenderse mutuamente en caso de agresión armada contra cualquiera de ellos por parte de una potencia externa. Hoy son 32, en una hermandad creciente hacia el este, que ha abrigado a estados que un día fueron soviéticos y tiene en puertas a otros -léase Ucrania- que en pleno 2024 sufren en suelo propio una nueva guerra de agresión de Moscú.

Desde entonces, la OTAN ha sido una organización esencial para entender el mundo, que ha pasado por travesías del desierto, por depresiones y recuperaciones. Justo la amenaza que supone Vladimir Putin le ha insuflado vida, cuando más críticas se le acumulaban en la puerta y menos motivados estaban sus socios. Se ha hecho más grande, más fuerte, con más dinero y medios y con 2.550 kilómetros de frontera compartida con la Federación, el flanco más caliente que defender, que necesitaba de todo lo anterior.

Pero ¿qué es hoy la OTAN? ¿Qué papel juega en el tablero internacional? ¿Cuáles son sus retos inmediatos? Los ministros de Exteriores de la Alianza se reúnen desde ayer en Bruselas para soplar las 75 velas de la tarta y analizar todo eso, nostalgia mezclada con proyecciones, felicitaciones con llamadas a la acción. Una cita que tiene como tema principal la que consideran la 2 mayor amenaza para su seguridad», Rusia en Ucrania, y también la extensión de los tentáculos del Kremlin en el Sahel, Oriente Medio, los Balcanes o en organizaciones internacionales.

Un poco de historia

Suele decirse, por simplificar, que Organización del Tratado del Atlántico Norte se fundó en respuesta a la amenaza planteada por la Unión Soviética. Fue el motor clave, es cierto, pero hubo más: el interés en disuadir el expansionismo soviético –suena actual-, prohibir el resurgimiento del militarismo nacionalista en Europa a través de una fuerte presencia norteamericana en el continente y alentar la integración política europea. Todo eso se ha logrado durante décadas.

Las secuelas de la Segunda Guerra Mundial dejaron gran parte de Europa devastada, cerca de 36,5 millones de europeos murieron en el conflicto -19 millones de ellos, civiles-, mientras que los campos de refugiados y el racionamiento dominaban la vida cotidiana, con especial daño en Centroeuropa o Italia. En algunas zonas, las tasas de mortalidad infantil eran de una de cada cuatro. Millones de huérfanos vagaban entre los cascotes calcinados de antiguas metrópolis. Sólo en la ciudad alemana de Hamburgo, medio millón de personas se encontraban sin hogar.

Sobre esa destrucción física y humana, los comunistas ayudados por la Unión Soviética amenazaban a los gobiernos electos en toda Europa. Checoslovaquia o la Alemania Oriental lanzaban señales de alarma a quienes años antes, en la contienda, fueron aliados. EEUU ya estaba aplicando el Plan Marshall y había roto con su viejo aislacionismo diplomático, asumiendo el liderazgo -con sus servidumbres y beneficios- del nuevo tiempo. Entendió que en materia de seguridad y defensa también era necesario estar en Europa.

Con esto en mente, varias democracias de Occidente se unieron para implementar varios proyectos para una mayor cooperación militar y de defensa colectiva, incluida la creación de la Unión Occidental en 1948, que más tarde se convertiría en la Unión Europea Occidental en 1954. Al final, se decidió que sólo un acuerdo de seguridad verdaderamente transatlántico podría disuadir la agresión soviética, asentar las democracias liberales y permitir una mayor integración europea.

Así fue como, tras no poca discusión, se llegó al Tratado hoy cumple años y que recoje el famoso Artículo 5, por el que los nuevos aliados pactaron que «un ataque armado contra uno o más de ellos será considerado un ataque contra todos ellos». La cláusula de los tres mosqueteros: todos para uno y uno para todos. Revolucionario. «No mantenemos establecimientos de seguridad simplemente para defender propiedades, territorios o derechos en el extranjero o en el mar. mantenemos las fuerzas de seguridad para defender una forma de vida», dejó dicho Dwight D. Eisenhower, presidente de EEUU. Lord Ismay, el general del ejército británico que fue el primer secretario general de la OTAN (entre 1952 y 1957) también resumió en otra frase mítica el esquema de trabajo: «Los norteamericanos adentro, los rusos afuera, los alemanes abajo».

Lo logrado

Hoy la OTAN, con sus 32 estados miembros, llega desde Alaska a Finlandia y los países Bálticos. Hay 950 millones de personas aproximadamente protegidas por ese artículo 5 -activado, por cierto, sóló una vez en la historia, por EEUU, tras el 11-S-, en una Alianza que dispone de 3,3 millones de militares activos, 1,9 en Europa y el resto, en Norteamérica. Ha pasado de ser un órgano de defensa colectiva a uno de seguridad colectiva, aunque los malos tiempos están haciendo que vuelva su misión al origen, y en estos años ha puesto por delante la calma y la protección de víctimas, en conflictos como el de los Balcanes, Libia o Afganistán, donde ha participado con luces y no pocas sombras, también.

El coronel español retirado Manuel Gutiérrez destaca que en estas siete décadas y media el «mayor valor» de la OTAN ha sido el de «evitar enfrentamientos armados intraeuropeos», si se exceptúa la antigua Yugoslavia, que era su «promesa inicial». «Nació como un foro defensivo, por el que también se iban a defender los intereses de EEUU en el viejo continente, pero se ha convertido también en un foro político, de debate y consenso, que ha robustecido la propia alianza europea», indica.

«No hay equivalente en el mundo, creando lazos a los dos lados del océano y manteniéndolos a lo largo de tanto tiempo. Fue y ha sido útil, un motor de paz sin igual, que merece la inversión hecha, por prudente», recalca. «Ha sido y es una garantía de seguridad incuestionable que ha hecho, en ocasiones, un trabajo poco lucido pero esencial para evitar conflictos», insiste.

«No hay equivalente en el mundo, creando lazos a los dos lados del océano y manteniéndolos a lo largo de tanto tiempo. Fue y ha sido útil, un motor de paz sin igual, que merece la inversión hecha, por prudente»

El asesor en Defensa polaco Jakud Brudzinski comparte esa visión y repite «ese tópico, que es real, de que si la OTAN no existiera debería inventarse», porque a su entender «ha prestado un importante servicio a la paz y debe seguir haciéndolo, si hace falta, otros 75 años», dice haciendo un guiño a las palabras del actual secretario general, Jens Stoltenberg, en la presentación de la reunión en el cuartel general de Bruselas, donde está su sede desde que se trasladó de París en 1967. Otro símbolo, por cierto, del poderío de la organización, con 250.000 metros cuadrados y 4.000 empleados en la comuna de Evere.

«Tuvo una importante crisis existencial cuando cayó el Muro de Berlín y se acabó la Guerra Fría, como si su razón de ser se hubiera disuelto, pero la OTAN ha logrado recomponerse y ser una herramienta para dar seguridad común incluso a esos estados que un día formaron parte del Pacto de Varsovia, demostrando que hay un modelo de vida detrás, común, que se puede y debe proteger, más allá del pasado. Estos países llegaron avisando de que Rusia era su mayor amenaza y no parecían equivocados. Es un logro de la Alianza haber entendido su apuesta por otro tipo de políticas, avaladas también con sus incorporaciones a la Unión Europea, y haberla protegido», indica el experto, asentado en Bruselas. «Ha sido más que un proveedor de seguridad a Europa o una herramienta de Washington. Es un foro en defensa de la democracia», ensalza.

«Ha sido más que un proveedor de seguridad a Europa o una herramienta de Washington. Es un foro en defensa de la democracia»

Ucrania es un crudo recordatorio de que la amenaza de agresión a gran escala en Europa permanece, como en aquel 1949, por eso ambos analistas sacan a relucir al canciller alemán, Olaf Scholz, quien en estos días de cumpleaños ha defendido que los principios de la OTAN siguen «como siempre, cruciales, sin alteración». «Son las bondades estratégicas de la Alianza: promueve la disuasión, por supuesto, pero también promueve la colaboración y el compromiso con valores democráticos, por imperfecta que sea. Nos aleja de autócratas, demuestra que la seguridad colectiva es rentable y fomenta las condiciones de una paz estable», dice Brudzinski.

Gutiérrez lo avala y añade lo que llama la «sabiduría profunda» de la OTAN: «Nada nunca es seguro, la disuasión no es una ciencia exacta y hay que acompañarla de diálogo, las contingencias están en todas partes y hay que tener en cuenta las percepciones del adversario. En lo militar, esas son lecciones valiosas y eternas de la organización». Lo resume en «una aguda conciencia de la incertidumbre», siempre presente, para la que siempre hay que estar preparado.

La transformación

El especialista polaco destacaba la apertura al este de Europa desde 1999 como un paso positivo, pero no es visto así por todos los analistas. La llamada política de puertas abiertas se entiende por algunos como una provocación a una Rusia que aún no levantaba cabeza tras el fin de la URSS, un tiempo de desánimo en el que creció el liderazgo de un Vladimir Putin que daba a los electores seguridad y respuestas a su nostalgia. «Creo que fue la etapa de salvación de la OTAN, de saber ver el futuro y de amplitud de miras al entender las coincidencias en el deseo de un mundo libre que venía de esos países, pero hay quien entiende que fue el germen de la fragmentación», asume.

De fondo hay un debate que no se ha cerrado aún, entre el esquema clásico de la defensa colectiva frente a la amenaza rusa y los que quieren una organización más amplia, de seguridad global. Los que insisten en que al ampliar se han descuidado áreas como la ciberdefensa, la lucha contra las distintas formas de terrorismo internacional, la proliferación de armas de destrucción masiva o los efectos brutales del cambio climático. Es una brecha interna que no se ha superado por completo por la obligada unidad en favor de Ucrania, pero se ha silenciado.

La OTAN fue ajustando esa cascada de incorporaciones pero parecía que se había quedado sin objetivos claros, reduciendo de hecho sus activos y arsenales. Sus intervenciones reales en el exterior tampoco eran ni muchas ni profundas y entre los socios la prioridad no era la Alianza, en un contexto de aislacionismo creciente de EEUU en política exterior y de defensa, de nacionalismos europeos al alza y de populismos identitarios poco dados a mirar más allá de las fronteras propias. En ese punto estábamos en 2019 cuando el entonces presidente de EEUU, Donald Trump, se quejó de ser el «cajero» de una organización «obsoleta» que caminaba hacia la «autodestrucción». El mismo año en que su homólogo francés, Emmanuel Macron, habló de «muerte cerebral» de la OTAN.

Sin embargo, la invasión de Ucrania en febrero de 2022 ha cambiado radicalmente esa visión. El entorno de seguridad es otro y ha obligado a los aliados a entender que la amenaza común está ahí. Ha sido precisamente Rusia, otra vez, la que ha reforzado una cohesión transatlántica que llevaba tiempo buscando puntos de reencuentro. Moscú ha despertado a la OTAN y, usando de nuevo palabras del mandatario galo, lo ha hecho «con el peor electroshok».

Se han dado pasos para la nueva OTAN surgida de la Cumbre de Madrid de 2022, que marcó las pautas de una Segunda Guerra Fría, con un renovado sentido a su propósito inicial. Tanto en la reunión española como en la cumbre del pasado año en Vilna (Lituania), se ha apostado por un nuevo Concepto Estratégico que ya se está implementando. «El objetivo principal de la OTAN es garantizar nuestra defensa colectiva sobre la base de un enfoque de 360 grados. Dicho enfoque define los tres cometidos principales de la Alianza: disuasión y defensa; prevención y gestión de crisis; y seguridad cooperativa», se lee en el texto, la hoja de ruta de estos tiempos. Rusia, insiste Stoltenberg, debe saber que «la OTAN no busca la confrontación y no representa ninguna amenaza para Moscú».

La percepción de Putin es otra. En la misma noche en que invadió Ucrania justificó que una de las razones para su «operación militar especial» era impedir que el Gobierno «nazi» de Volodimir Zelenski lograse la adhesión del país a la Alianza. Esa es una de las grandes duras de la reunión de esta semana en Bruselas y de la cumbre que en julio se celebrará en Washington: si en la nueva política entra admitir a Ucrania como socio de pleno derecho.

No puede hacerse con un país con un conflicto abierto, pero los más cercanos a Kiev quieren que se le invite ya, un paso más simbólico que práctico que puede mejorar las comunicaciones entre su Ejecutivo y la organización, abriendo un proceso que no será inmediato, sino que dura años, y lanzando sobre todo un contundente mensaje de apoyo al país invadido. Otra vez la misión de disuadir y proteger, como al principio de los tiempos.

Según diversas fuertes diplomáticas citadas por la Agencia EFE, el objetivo en estos días es dejar claro que mantendrán el apoyo a Ucrania el tiempo necesario sin incluir un plazo o una invitación concreta para su adhesión. En cambio, se espera que la cumbre de verano sea un momento clave para dar a conocer más compromisos de seguridad a largo plazo con Kiev. En un momento de estancamiento en el campo de batalla, es clave seguir proporcionando a Ucrania lo que necesita, principalmente munición de artillería, y eso centrará los esfuerzos.

Justamente esta nueva necesidad ha llevado, ampliación aparte, a una transformación importante de la OTAN. Trump reclamaba que los países miembros invirtieran al menos el 2% de su PIB en Defensa y aquello, cinco años atrás, parecía imposible. Ahora, se espera que 18 de los 32 aliados lleguen a ese umbral este año, un sacrificio desigual aún, que por ejemplo España no va a poder cumplir de aquí al encuentro de Washington: la imposibilidad de aprobar un nuevo presupuesto deja la inversión militar en el 1,24% del PIB, sólo por delante de Luxemburgo y Bélgica. El debate es hondo, porque el compromiso se mide también por las capacidades que se ponen sobre la mesa o los compromisos en misiones.

El presupuesto de los aliados ha crecido un 12%, tras un tiempo de estancamiento: el presupuesto militar se sitúa este año en 2.030 millones de euros, mientras que el civil alcanza los 438,1 millones.

Tampoco es sólo cuestión de dinero lo que se ha añadido en la OTAN por Ucrania, sino de medios, de activos, de movilización o de producción industrial tanques, artillería o drones). Por ejemplo, se ha apostado por la «presencia avanzada» en la frontera con Rusia y se está incrementando la la fuerza de respuesta de 40.000 a 300.000 soldados. Ocho veces más uniformados que podrán ser desplegados rápidamente en caso de necesidad.

Y es esencial para el cambio la suma de dos nuevos aliados, los neutrales Finlandia y Suecia, que han roto una tendencia centenaria para sumarse a la OTAN porque le ven las orejas al lobo ruso. Moscú lo ve como una provocación más de Occidente.

Los retos

Ucrania aparte, hay coincidencia en los analistas en que la OTAN tiene la necesidad de reforzar de forma significativa algunas parcelas, de las armas nucleares a las convencionales, de las amenazas espaciales a las cibernéticas, de la amenaza del este europeo a las del IndoPacífico, que tanto tanto preocupan a Estados Unidos.

Justo de Washington viene una de sus preocupaciones inmediatas: se llama Donald Trump. Fiel a su desprecio a la OTAN de cuando ocupaba la Casa Blanca, el republicano ha dicho en campaña que que en caso de resultar reelecto en noviembre alentaría a Rusia a «hacer lo que le de la gana» con aquellos países de la OTAN que no están al día con sus obligaciones financieras. «Parece una locura, pero hablamos de Trump, completamente imprevisible, por lo que se puede esperar cualquier cosa, por más que todo el estamento militar norteamericano se lleve las manos a la cabeza», indica el coronel Gutiérrez.

Trump ha amenazado con irse y con cerrar el grifo del dinero a Ucrania. «Si la ayuda disminuye y Ucrania está bajo presión para negociar y aceptar una mala paz, eso aumentaría el peligro de una Rusia agresiva. Por eso es esencial apoyar a Ucrania ahora. Es una inversión para la OTAN del mañana», añade.

Sin esos fondos, nada tira, porque EEUU pone hoy dos tercios del gasto en defensa aliado y suministra más o menos el 70% de su equipo crítico, en inteligencia, vigilancia, reconocimiento, combustible, defensa ante misiles balísticos o guerra electromagnética. Cita el militar en la reserva un informe de 2020 de la Conferencia de Seguridad de Múnich que desvelaba ya entonces que «todos los ejércitos europeos juntos representarían aproximadamente la mitad del tamaño de las fuerzas necesarias para garantizar una postura disuasoria convencional eficaz contra Rusia». Y sin contar todas las demás amenazas del planeta.

La OTAN alcanzó su mayor crisis con la desastrosa retirada de Afganistán, un paso que hizo que diversas capitales europeas cuestionasen más o menos abiertamente la excesiva dependencia de la alianza de Estados Unidos. Se ha hablado intensamente de «autonomía estratégica» y hasta de Ejército europeo, un debate azuzado ahora por Ucrania. La necesidad de unión ha quedado clara, pero surgen preguntas sobre el papel de Europa en la Alianza, si irá a más, si será menos seguidista con la Casa Blanca, si aprenderá a tener voz propia, ahora que su apuesta común -con sus más y sus menos- de ayuda a Kiev y de sanciones a Moscú es tan firme.

La OTAN mira lo que pueda hacer Bruselas con su ampliación del programa de defensa, la constitución de un escudo antimisiles propio, la posibilidad de extender la disuasión nuclear de Francia al continente o el desarrollo de bases europeas propiamente dichas. Todo eso, en un marco preocupante, también aquí, por el ascenso de populismos y nacionalismos que pueden romper el consenso necesario para la toma de decisiones en la Alianza y en la UE, acabando con la unidad de acción que tan valiosa ha sido en los últimos tiempos.

«Animus in consulendo liber», «Espíritu libre para decidir», es el lema adoptado por la OTAN desde su creación. Necesitará recordárselo ahora que ni Rusia ni EEUU son los de hace 75 años, que hay nuevos actores y alianzas -«Sabemos que nuestra seguridad no es regional, sino mundial», dice Stoltenberg-, riesgos que se apellidan «híbridos» y amenazas que regresan, pero de otra forma. Hoy toca celebrar, pero aún hay más que vigilar.

 

 

www.encontexto.com.do es un medio digital de la empresa de comunicación BB Multimedia Group SRL; que se edita en la ciudad de Santo Domingo de Guzmán, Capital de la República Dominicana. | Calle Mercedes Echenique #1, Mirador Sur, Santo Domingo, Distrito Nacional Teléf. 809-886-8142; 809-475-5835 bbmultimediag@gmail.com Redacción: encontextord@gmail.com @2021 BB Multimedia Group SRL. Todos los derechos reservados