Editorial domingo, 20 de febrero de 2022
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Las marcas físicas que delimitan los territorios de Haití y República Dominicana han estado, por muchos años, desdibujadas o invisibles.
Y esa anormalidad es la que ha engendrado las llamadas “tierras de nadie” en distintos tramos de la frontera, afectando virtualmente la soberanía nacional y, en gran medida, haitianizándolas.
Producto de ese limbo luego del último de los cuatro tratados internacionales que se habían firmado desde el 1678 al 1795, más los acuerdos bilaterales del 1929 y 1936 que actualizaron esos límites, la real división devino en difusa.
El presidente Luis Abinader, en un acto histórico, abrió formalmente ayer el proceso de afirmación de nuestra frontera real al disponer la construcción de un modelo de muro, valla o verja física y una infraestructura electrónica, que se cumplirá por etapas.
La utilidad principal será la de controlar el ingreso de ilegales haitianos, la persistente actividad de las mafias que trafican drogas, armas y personas, el robo de ganado y de productos agrícolas y los asentamientos ilegales de haitianos en “tierras de nadie”.
La redefinición de nuestros límites constituye, además, un valioso gesto de afirmación de la soberanía nacional, pues esclarece las zonas que deben ser del dominio de ambos países, hasta ahora invisibilizadas en gran medida.
Este valladar, complementado con los puestos de control integral que ya existen en algunas provincias fronterizas, ayudará a regularizar el comercio formal y legal entre ambas naciones.
Tomando en cuenta que Haití se desliza, desde hace tiempo, en el tobogán de la inestabilidad y la violencia, que agravan su ancestral situación de pobreza, este muro delimitativo puede representar un factor de contención y control de cualquier amenaza contra la integridad nacional.
¡Un hito histórico, sin dudas!