Por Lic. Angel Artiles Díaz
El triunfo del Partido Revolucionario Moderno (PRM), generó una oposición aletargada, arrollada en el polvo de la derrota, que se sumió en un aturdimiento de más de un año de somnolencia, quizás tratando de entender el fracaso, posiblemente preguntándole al vacío: ¿Quién apagó la luz?
El trauma de la derrota electoral, prácticamente borró al PLD del mapa del escenario nacional y cada vez que ha pretendido sacar la cabeza, la avalancha del descredito moral lo sepulta y solamente con la fuerza fútil de argumentos rebuscados en los basureros de la mala práctica partidaria, consiguen un poco de aliento y reintentan la búsqueda de los espacios perdidos.
Ahora parece que los efectos de la inflación global le han insuflado un soplo de aliento al maltrecho Partido de la Liberación Dominicana y lo vemos por ahí insultando la inteligencia colectiva, jugando el rol de opositor, esgrimiendo una supuesta defensa de los más sagrados intereses del pueblo dominicano, acusando al gobierno de Luis Abinader de ser el culpable de las alzas en los precios de los combustibles, de los productos de la necesidad primaria.
El PLD hace ese ejercicio de oposición política, consciente de que los precios del petróleo no los determina el Estado Dominicano y el equipo que lo dirige, sabedores de que los precios de los combustibles inciden en los costos de producción de todos los bienes agrícolas e industrializados, seguro que los precios de los carburantes afectan los costos del transporte de todos los bienes y servicios.
Ellos lo saben y en vez de ejercer una oposición proactiva, propositiva, utilizan la inevitable pandemia de la inflación para hacerse los graciosos frente al mismo pueblo que esquilmaron durante veinte años.
La verdadera oposición, aunque persigue fines contrapuestos a los de los detentadores del poder y le hace resistencia a las ejecutorias públicas, siempre debe servirse de los métodos y medios que el juego democrático pone a disposición de los actores político-partidarios.
La oposición debe ejercerse en buena lid, sin recurrir a la manipulación, a los métodos capciosos de alienación de masas. Pero, tratándose del PLD, partido cuya vergüenza se deslizó por las cunetas del descaro, cualquier jugarreta es comprensible.
Lo cierto es que, con la mitad de los colaboradores y familiares más cercanos del que preside ese partido acusados de un rosario de delitos en contra del erario público, a esa parcela partidaria no le queda tema ni pódium para elucubrar un discurso de oposición.
Solo tiene a la mano una cubeta llena de improperios y acusaciones baladíes en contra de un Presidente que lo está haciendo bien, agotando una agenda de trabajo de doce horas diarias, dando cátedras de gobernanza en democracia, de manejo pulcro de la cosa pública, de intolerancia sin rendijas ante cualquier acto de corrupción, por nimio que sea.